Usureros al 10 por 100 diario
Ejercicio
Analice la siguiente historia:
“La mayor parte [de los deudores] se encuentra en la lista de prohibidos del juego y se les impide el acceso. El rito tiene ciertas afinidades con el mundo de la droga. Funcionan con un contacto que trabaja en el interior del casino y que capta al que se ha quedado limpio (membrillo, en la jerga).
Una llamada al teléfono del coche basta para movilizar al usurero, que se trasladará hasta la puerta del local para hacerle un favor. Otras veces, el intercambio se hace en los mismos servicios del casino.
El buitre casi siempre se mueve con uno o dos gorilas, antiguos boxeadores en algunos casos, que se encargan del trabajo sucio. A la policía no le consta que se hayan dado palizas para cobrar las deudas del juego, pero reconoce que las ha habido. A veces se pega más por mantener el principio de autoridad que por recuperar el dinero” (Castilla, 1990).
Análisis
Cada actividad económica desarrolla sus propios sistemas de salvaguardia contractual. Es notable cómo en la ilegalidad, la formalización, lejos de desaparecer, tiende a convertirse en un ritual. El contacto que trabaja en el casino puede acumular información no sólo sobre quién se ha quedado sin fondos, sino sobre su capacidad para servir la deuda. Por último, las palizas ocasionales sirven una triple función: favorecen la supervisión del cumplimiento contractual, refuerzan la reputación del prestamista; y, por último, facilitan que el deudor pueda prestar garantías—aunque, en este caso, sean de naturaleza física: recuerde la historia de “El mercader de Venecia”.
En los Estados Unidos, prestamistas de características similares a las del texto prestan dinero a todo tipo de deudores, no sólo—aunque sí en una gran proporción—relacionados con el juego. En España, la actividad parece más concentrada en el juego, quizá como consecuencia de que no hay leyes de usura como las que están en vigor en muchos de los estados de Norteamérica, que con el fin de proteger a los deudores de menos recursos o alto riesgo, de hecho les excluyen del mercado crediticio legal y los arrojan a los tiburones.
Cabe preguntarse por qué los “tiburones” o “buitres” se concentran en jugadores. Considerando la finalidad de su endeudamiento, el jugador es un deudor de alto riesgo: sus “proyectos” suelen tener elevada varianza y valor neto nulo o negativo. En cuanto a la varianza, ésta es controlable enteramente por el jugador al elegir el tipo de apuesta, lo que sitúa al acreedor en la peor situación posible. Por lo que respecta al valor medio de las apuestas, suele ser nulo o negativo, al menos en los juegos de puro azar, como son los de casino. Cabe, no obstante, la excepción de apuestas de valor positivo cuando el apostante-deudor dispone de información privilegiada, como suele ocurrir en las carreras.
Sin embargo, ese endeudamiento puede estar respaldado por un patrimonio sustancial, pero que no es fácil utilizar como garantía con la rapidez suficiente para satisfacer la ludopatía que padece su propietario. El buitre proporciona con rapidez la liquidez necesaria en el momento oportuno. (En muchos casos, podría alegarse que el buitre se está aprovechando de un enfermo). La escasa formalización contractual impide el recurso a los tribunales y exige el empleo de mecanismos de salvaguardia ilegales, como “ejecutar” las garantías mediante violencia física.
Una solución contractual a la dificultad con que muchos deudores potenciales se encuentran para devolver y garantizar sus deudas consistió, durante siglos, en estipular la esclavitud o servidumbre voluntaria en los contratos de deuda (Barzel, 1989, pp. 76-77). Fue muy común financiar así el transporte de emigrantes europeos a América. Generalmente, la servidumbre se efectuaba en condiciones cercanas a la esclavitud durante un número limitado de años que se fijaba en una subasta a la baja entre compradores potenciales de la deuda contraída por el emigrante. Todavía existe hoy con inmigrantes orientales, africanos y, más recientemente, de países del Este de Europa.
Para más información sobre las salvaguardias empleadas por la Mafia, véase Friedman (1992, pp. 573-6).
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