Currantes liberales
The Objective, 3 de diciembre de 2023
Aunque con el vértigo propio de los desafíos históricos, es buena noticia el triunfo de Javier Milei en las elecciones a la Presidencia de la Argentina. Lo anómalo de ese triunfo renueva la esperanza de quienes creemos que las naciones del mundo hispánico aún pueden escapar de la trampa socializante que les impide alcanzar el bienestar económico y la verdadera justicia social.
Incluida España. Cualquiera que conozca nuestra historia sabe que nos sería fácil salir de esa trampa mediante la liberalización de la economía, como hicimos en 1957, 1978, 1985, 1996 y 2012. En todas estas ocasiones, crecimos mucho más rápido y pudimos dedicar muchos más recursos a proveer servicios sociales, como pensiones y sanidad. Con la ventaja de que pudimos proveerlos de forma sostenible, y no a crédito, como hacemos en los últimos cinco años.
Por desgracia, esas liberalizaciones siempre se hicieron tarde y mal. Vinieron forzadas por las circunstancias y por nuestros acreedores. Como consecuencia, su contenido no siempre respondió a nuestros intereses; y se quedaron a medias, de modo que enseguida detuvimos las reformas y volvimos al miope expediente de gastar por encima de nuestros medios.
La solución es clara, pero ni el pueblo ni sus líderes comparten el diagnóstico. De hecho, la mayoría parlamentaria gestada tras las elecciones del 23 de julio persiste en esa senda socializante y precaria, apoyada en las muletas que aún nos presta el BCE. Peor aún, al deteriorar un estado de derecho que ya renqueaba, sus medidas aumentan los riesgos de entrar en un bucle irreversible, como demuestra el frenazo de la inversión, siempre atenta a las expectativas. Mientras Milei afirma su propósito de gobernar desde la legalidad, para Pedro Sánchez y sus cómplices no hay más legalidad que su voluntad momentánea, al punto de que hasta la mayoría de los jueces izquierdistas se sitúan ahora en su contra.
Se apunta a menudo el riesgo de que España se esté “argentinizando”. Se dice mucho, pero se cree menos, en parte por soberbia y en parte porque nos fiamos demasiado de unos Pirineos que pueden demostrarse más frágiles de lo que hoy parecen. Si se confirmase esta debilidad, nuestra posición se volvería agobiante, y nuestro destino podría tornarse irreversible. Argentina lleva más de cien años postrada; ha intentado levantarse varias veces sin éxito alguno, y tampoco está nada claro que Milei vaya a conseguir levantarla. La frivolidad de Pedro Sánchez y el sectarismo de sus votantes quizá no ponga en riesgo que España se rompa, pero sí que los españoles seamos miserablemente pobres durante muchas décadas.
Máxime cuando uno contempla la ausencia de planteamientos liberales en la derecha política. Por un lado, Vox ha marginado a sus figuras más liberales. Por otro, el PP profesa un liberalismo que no llega a decorativo y se sitúa más bien en lo homeopático, a tono con el estilo de amable liderazgo seguidista que practica su actual dirección. De haber llegado a gobernar, hubieran frenado el deterioro del estado de derecho. Hubiera sido valioso a corto plazo; pero también hubiera sido insuficiente.
Primero, porque el estado de derecho lo que necesita no es mantenerse sino recuperarse de un profundo deterioro, que arranca de 1985. Acierta D. Felipe González cuando compara las instituciones con un edificio del que no pueden retirarse soportes estructurales sin arriesgarse a que, por sorpresa y apenas sin avisar, se derrumbe. Debería saberlo bien, porque fue él quien retiró varios de sus principales pilares, que sostenían al Tribunal Constitucional, el CGPJ, la judicatura, la función pública, los medios y la enseñanza.
Segundo, porque, en consonancia con sus cuadros y muchos de sus electores, ninguno de los partidos comparte el diagnóstico liberalizador, ni tiene voluntad de abordar el tipo de reformas que necesitamos, tanto en el plano institucional como en el económico.
Por eso España se juega tanto con Milei. Si tiene éxito, tendremos una referencia familiar como país. Pero también una referencia de liderazgo. Para convencer al electorado, el liberalismo, por ser contraintuitivo, necesita líderes más creíbles que otras ideologías: en vez de líderes de ateneo o casino, requiere líderes de furgoneta y taberna.