Las reformas no prosperan porque no las queremos
Autor: Domingo Soriano, Cinco ejemplos para explicar el mayor ‘absurdo’ de la economía española, Libre mercado, 24 de abril de 2016.
La legislación protege el statu quo, aunque no sea productivo; al recién llegado se le mira con sospecha, aunque esté haciendo las cosas bien.
Imaginen que se encuentran ante alguna de las siguientes situaciones, bastante habituales en la vida económica diaria en España:
- Una empresa analiza los resultados de sus dos plantas. Una de ellas es muy rentable y competitiva y la otra sólo da pérdidas. Los directivos se plantean cerrar ésta y poner más recursos en aquella. ¿Podrán hacerlo?
- Ha bajado la facturación. Y en un departamento se plantean un despido. Hay dos candidatos, un empleado temporal con el que el jefe está encantado y un trabajador fijo, con 12 años de antigüedad en la empresa, que ha bajado mucho su rendimiento en los últimos años. ¿Quién será despedido?
- Un trabajador temporal ha encadenado casi dos años de contratos. Su jefe está contento y quiere contar con él, pero sabe que si le renueva le tendrá que hacer fijo. El problema es que no tiene claro si dentro de 3 meses seguirá en marcha el proyecto para el que le contrató originalmente. ¿Renovará?
- Una empresa con 48 empleados. Le han salido un par de clientes nuevos, pero sabe que si los coge tendrá que ampliar la plantilla. El problema es que a partir de 50 empleados la legislación cambia. Si superan esa cifra tendrá que cambiar la contabilidad, le afecta en temas laborales, la burocracia se dispara. ¿Qué harán?
- Un trabajador lleva unos años descontento en su empleo. Querría cambiar de empresa. Siente que no es muy productivo últimamente y que está estancado. Ahora ha recibido una nueva oferta: le pagan un poquito más (no mucho), pero lo que más le atrae es el reto profesional. El problema es que él tiene 15 años de antigüedad en su empresa y si se cambia de trabajo la pierde. ¿Qué hará?
Las anteriores son situaciones imaginarias, pero frecuentes. No hace falta poner nombre y apellidos. Todas son muy reales. Y aunque son diferentes entre sí, todas ellas tienen una característica común: existe una solución obvia desde el punto de vista económico (y no sólo económico). Sin embargo, cualquiera que las analice conociendo la realidad española sabe que existen muchas posibilidades de que los agentes implicados acaben escogiendo la peor opción. ¿Por qué? Muy sencillo, porque la legislación les incentiva a ello.
Podría decirse que en España las normas premian o protegen la alternativa mala (o la que ya existe) y penalizan o ponen trabas a la buena(o a la nueva). Por eso:
- la empresa no reubicará a sus empleados en la planta más productiva, porque hacerlo implicaría unos costes de negociación brutales y no le compensa (incluso puede que el convenio del sector le prohíba hacerlo o le imponga unas barreras casi infranqueables)
- el despedido será el trabajador temporal, aunque sea mucho más eficiente que su compañero fijo
- el contrato temporal que está a punto de llegar al mes 24 no será renovado, aunque están contentos con el trabajador
- la empresa de 48 empleados subcontratará los nuevos pedidos (o incluso derivará al cliente a otras compañías) porque no puede asumir el coste de crecer por encima de 50 empleados (o creará nuevas compañías para que la original no supere la cifra)
- y el trabajador quemado seguirá en un puesto y una empresa que no le gustan, porque le da miedo asumir el riesgo del cambio.
Productividad y salarios
Pueden parecer casos anecdóticos, pero no lo son. Todos ellos hablan de distorsiones. Y todas estas distorsiones van en la misma dirección: una normativa que incentiva, empuja o promueve decisiones de los agentes que penalizan la productividad del conjunto de la economía. La palabra más habitual para explicar esto quizás sea “rigidez”. España tiene un aparato productivo que no es capaz de responder a los cambios y que tiene dificultades para aprovechar las oportunidades. El statu quo es protegido; al recién llegado se le mira con sospecha, incluso aunque esté haciendo las cosas bien. Benito Arruñada, catedrático en la Universidad Pompeu Fabra, habla de una legislación que “castiga la movilidad de los recursos, al que se mueve, al que crea competencia”.
¿Y es tan importante ser más productivos? Pues lo cierto es que sí. Al final la riqueza de un país y de sus ciudadanos se genera a través de su capacidad para producir recursos de forma más eficiente que su vecino. Es eso que se llama “competitividad”. En España se habla mucho de salarios y de por qué cobramos menos que los trabajadores de Suecia, Dinamarca o Alemania. En ocasiones parece como si una maldición bíblica hubiera caído sobre nosotros. O como si fuera culpa del malvado empresariado nacional. Pues no.
Los dos siguientes gráficos son imprescindibles en cualquier análisis que se haga de la economía española. El primero mide la productividad por hora trabajada en los países europeos. El segundo, el salario/hora. No hay más, no nos hagamos trampas al solitario. Cobramos lo que somos capaces de producir (siempre hablamos de medias, no de casos individuales).
La pregunta que nos debemos hacer es ¿por qué las empresas españolas, los periodistas españoles, los funcionarios españoles, los consultores españoles… son menos productivos de media que los daneses, suecos o alemanes? Hay muchas posibles respuestas y cada una puede asociarse a uno de los ejemplos con los que comenzamos este artículo. Somos menos productivos porque tenemos un tejido con muchísimas micro-pymes y pocas empresas de tamaño mediano (y en todos los países, a más tamaño se consigue más productividad). También influye la formación, que es poca y de mala calidad, tanto antes de llegar al puesto de trabajo como durante la vida laboral. Pero, ¿quién se va a gastar el dinero en formar a un empleado temporal? ¿Y qué empleado temporal se va a preocupar de formarse en una empresa en la que sabe que no durará mucho?
Por supuesto, también influye en la productividad la incapacidad de las empresas para adaptarse a su mercado, su sector o su situación interna: la mínima flexibilidad que introdujo la reforma laboral de 2012 (y asociada en la mayoría de los casos a que la empresa tuviera pérdidas) será lo primero que caiga cuando se toque aquella norma. Si una empresa no puede (o le resulta muy difícil o caro) disponer de sus recursos en función de las necesidades del mercado, sólo podrá competir con sus rivales extranjeros rebajando costes… no le dejan hacerlo con innovación o cambios productivos.
Sueldo bruto por hora trabajada en Europa (España en rojo).
Productividad/hora en Europa (España en rojo). Eurostat
Las reformas
Llegados a este punto, es inevitable que surja el bálsamo de Fierabrás que todo lo cura: “las reformas”. No hay político, a izquierda y derecha, que no hable de la necesidad de aprobar y aplicar esos cambios. Y el regeneracionismo hispano, muy activo en el último año, se saca de la manga todo tipo de cambios, del contrato único a la reforma fiscal, que nos pondrían en el camino que va a Copenhague.
La pregunta sería si no estamos poniendo el carro por delante de los bueyes. Arruñada, por ejemplo, se muestra escéptico de lo que se podría conseguir si no hay primero un cambio de mentalidad en el ciudadano de a pie: “Yo creo que las instituciones funcionan bien. La clave es que las reformas no se hacen porque la gente no quiere que se hagan. Mi tesis es que [el sistema político] funciona perfectamente, porque obedece a la voluntad ciudadana”. En este sentido, alerta a los regeneracionistas que protestan porque los políticos no les hacen caso: “Los políticos cumplen su función. Aplicar las soluciones que les proponen les haría perder votos”. Un gran ejemplo es el mercado laboral. En teoría, muchas de las soluciones propuestas (contrato único, mochila austriaca, nuevos modelos de contratación…) favorecen a los jóvenes, pero las encuestas repiten una y otra vez que ni siquiera este grupo de población es favorable a los cambios, “porque creen que les perjudica”, explica Arruñada, sea o no cierta esa percepción.
Lo cierto es que en todas las encuestas España aparece como uno de los países menos favorables al capitalismo, las empresas o la competencia. No sólo eso, cuando la disyuntiva es meritocracia (premiar al que más se esfuerza o mejor lo hace) o igualdad de resultados sin importar el esfuerzo, los españoles están a años luz de los valores que defienden nórdicos o alemanes. Por ejemplo, en 2013, en Libre Mercado informábamos:
En una encuesta realizada a 15.000 europeos, se les preguntaba qué les parecería más justo, un país en el que “los ingresos sean más equilibrados, aunque eso signifique que los que se esfuerzan más ganan cantidades similares a los que se esfuerzan menos” o un país en el que hay “diferencias en los niveles de ingresos” para premiar a los que más se esfuerzan. Pues bien, el 79% de los daneses y el 75% de los holandeses, preferían la segunda opción (dar más al que más trabaja). Mientras, España era el único país en el que había más partidarios de igualar los ingresos (54% frente a 41%) aunque eso penalice a los que se esfuerzan más.
Fuente: Fundación BBVA
Arruñada lo explica con ejemplos del día a día, no necesariamente ligados a la actividad económica: “Cuando yo era estudiante, si sacabas buenas notas, la gente te respetaba. Ahora está mal visto destacar. ¿Socialmente qué estás creando? Y no te digo nada normativamente. Por ejemplo, en la universidad las notas tienen que publicarse con el DNI del alumno, no con el nombre. Incluso ha habido follón para que la universidad informe de forma privada a los alumnos de dónde están en el ranking de su promoción”.
Y qué se puede hacer llegados a este punto. Si las reformas no se hacen porque la gente no las quiere, la única solución parece estar en cambiar cómo esa misma gente se enfrenta a las reformas. Arruñada es escéptico en los cambios artificiales impuestos desde arriba. Por eso, propone comenzar con reformas aparentemente más sencillas, pero con más calado a medio plazo: “El tipo de reformas que serían más eficaces son aquellas que nos hacen adultos a los ciudadanos. Aquellas que pongan de relieve el coste-beneficio de las decisiones. Tendríamos que tener sistemas que nos informaran más, incluso aunque no hiciéramos nada por informarnos. Por ejemplo, haciendo los impuestos más visibles o publicando los rankings escolares. Hacer más evidente que cuando pagas la gasolina la mayor parte del dinero se va a impuestos. Además, aunque es cierto que también tendrían la oposición de mucha gente, sería menor que con otras reformas que se proponen”.