El viejo negocio de la nueva moral

Voz Populi, 20 de septiembre de 2020   

Hace cinco siglos, el abuso por parte de la Iglesia de su papel de intermediario entre Dios y sus creyentes fue un motivo primordial de la Reforma Protestante. La Iglesia no sólo definía el código moral y establecía todo un sistema de incentivos basado en premiar las buenas obras con la salvación eterna. También lo aplicaba mediante la confesión de los pecados. El sistema era sofisticado pero costoso y se prestaba a los abusos propios de toda mediación especializada. El más llamativo consistió en que algunos curas usaran sus poderes para perdonar pecados a cambio de favores y dinero. Incluso incurrió en esta mala praxis Julio II para financiar la construcción de San Pedro de Roma.

Mucho moralista suele caer en este vicio. Tras definir un código de conducta y erigirse en juez del bien y del mal, se ve tentado a otorgar dispensas a los amigos. De ahí a aprovecharse de su poder para traficar en bulas y perdones, sólo media un paso.

Nuestra nueva clerecía está en ese trance. El Ministerio de Trabajo propuso en junio un reglamento que, de aprobarse, exigiría a las empresas de más de 50 trabajadores que pagasen una “auditoría externa retributiva” para validar los “Planes de igualdad” que ya les exige la ley de igualdad de 2019, así como a valorar en qué grado la cumplen y a comprobar la eficacia de sus “registros retributivos de puestos y salarios”, aspectos todos ellos que otro reglamento se propone regular en detalle.

La nueva moral necesita vender indulgencias para capturar rentas

La nueva moral se ha construido desde todo tipo de oficinas financiadas con impuestos, en las que ya se han colocado muchos de sus clérigos. Pero el sector público padece déficit crónico y aún operan en él algunas de sus viejas barreras contra el amiguismo. Sus rentas o están ya atrapadas o les son inalcanzables.

Para rentabilizar la doctrina, tampoco les basta con promulgar leyes de igualdad, como el urgente Decreto-ley 6/2019, al que año y medio más tarde aún intentan dotar de desarrollo reglamentario. De hacer cumplir esta norma, ya se encargan la Inspección de Trabajo y los bufetes laboralistas; pero en la Inspección se ha de competir para entrar como funcionario y en la litigación se ha de pelear con miles de abogados. Como consecuencia, gran parte de las rentas ni siquiera son apropiables sino que se disipan en batallas competitivas.

Por eso, esta nueva clerecía —quizá más ecualizadora que igualadora— necesita ampliar su demanda. Idealmente, querrían que las empresas no solo demandaran asesorías para satisfacer tanto reglamento sino que incluso se sometieran a una especie de “auditoría de igualdad”. Pagando la correspondiente bula, les darían cierta seguridad de que cumplen las nuevas formalidades. Por ejemplo, según el Decreto-ley 6/2019, cuando en las empresas de más de 50 trabajadores, “el promedio de las retribuciones a los trabajadores de un sexo sea superior a los del otro en un veinticinco por ciento o más… el empresario deberá incluir en el Registro salarial una justificación de que dicha diferencia responde a motivos no relacionados con el sexo de las personas trabajadoras”. Se trata de un requisito formalista, casi “sacramental”; pero, para que funcione bien, hay que saberse la “liturgia”. Imaginen la tranquilidad espiritual del empresario a quien muchos ya condenan solo por serlo si esas justificaciones absolutorias las visara una de esas “entidades auditoras, acreditadas e independientes” que podrían comercializar las auditorías tras emplear personas “con formación y/o experiencia específica en igualdad entre mujeres y hombres, preferiblemente también en el ámbito de la igualdad retributiva”. Pensará el renegado que, si no le abren las puertas del cielo, quizá le abrevien su estancia en el purgatorio. Por algo son tan largos los listados de consultorías y masters en igualdad.

Indulgencias para todo

El asunto es importante porque éste de la igualdad no es un caso aislado. Fórmulas similares se extienden a las auditorías de gobierno corporativo, medioambientales y de responsabilidad social corporativa. También a la necesidad de establecer órganos independientes de compliance para que una sociedad mercantil pueda aspirar a ser eximida de responsabilidad penal. Incluso afecta a la auditoría contable y financiera, la cual, tras décadas de auditoría obligatoria, corre riesgo de desvirtuarse.

Las consecuencias son graves, y no solo por los costes actuales. Estos penitenciarios privados activan incentivos potentes, los propios del mercado, por lo que tienen vocación de expandirse sin límite y es más de temer el daño futuro. En los Estados Unidos el entrenamiento en “diversidad”, que está a cargo de unos departamentos de recursos humanos capturados por la ola woke, ya es un negocio de 8.000 millones de dólares al año. Y ello pese a ser aún voluntario y a que sus consecuencias suelen ser negativas. En efecto, algunos estudios muestran que, tras seguir cursos obligatorios de sensibilización, se sufren más sesgos, quizá porque ese entrenamiento revive viejos estereotipos que estaban arrinconados en la mente de los sujetos así reeducados.

De modo similar, no es descartable que nuestra repentina afición a fabricar y divulgar datos de brecha salarial, vía registros retributivos, y, sobre todo, las dificultades que demuestran para entenderlos nuestros creadores de opinión pública también acaben generando consecuencias indeseables e imprevistas. Es de temer, por ejemplo, que, para evitar la censura pública, las empresas más sensibles eviten contratar mujeres poco cualificadas, un resultado que podría ser solo beneficioso… para las más cualificadas.

El concilio pendiente de la izquierda

En el cristianismo, transcurrieron tres siglos desde la eclosión del modelo penitencial en 1215, cuando se reúne el cuarto Concilio de Letrán, y el arranque de las sucesivas reformas a fines del siglo XV. Hay que esperar hasta 1517 para que Lutero clave sus tesis en la puertas de la Schlosskirche de Wittenberg. Si es verdad que la historia hoy se mueve más rápido, ya tarda en llegar un Lutero purificador, con su simplicidad iconoclasta. Además, el asunto trasciende el ámbito nacional. Necesitamos que la izquierda occidental aborde de una vez su “contrarreforma”, y que, como en el Concilio de Trento y su concreción jesuítica, rescate un mínimo de individualismo e injerte algo de racionalidad en el formalismo seudosacramental (y, por tanto, muy low cost) en que se ha instalado.

De lo contrario, puede acabar poniendo en peligro a la propia civilización occidental que hace posibles sus delirios. De mantener su actual rumbo reaccionario, nos devolvería a una sociedad tribal. Suena exagerado pero no lo es tanto. Por ejemplo, me dará parte de razón si valora el asunto desde la hipótesis que contrasta en su último libro Joseph Henrich (Harvard), sin duda uno de los científicos sociales más importantes, en el que asocia el éxito de esa civilización a incidentes históricos a favor del individuo, como fueron las reglas contra el dominio personalista de clanes y tribus que impone la Iglesia entre los siglos V y XII, o —añado— su azaroso y conflictivo, pero fructífero, desarrollo en los siglos posteriores; unas consecuencias cuya continuidad dista de estar asegurada.

Ánimo. Al menos en cuanto a la desigualdad retributiva entre mujeres y hombres es fácil razonar. Basta con entender que la brecha salarial no trae causa en el sexo sino en la maternidad, como acaban de demostrar en un magnífico trabajo las investigadoras del Banco de España Alicia de Quinto y Laura Hospido, junto con su coautor Carlos Sanz, quienes observan que el primer hijo reduce los ingresos a largo plazo de las madres españolas en un 28%, sobre todo porque cae un 23% el número de días trabajados; una brecha retributiva que es, por lo demás, similar a la observada en Suecia y Dinamarca, pero menor que la de Alemania, Estados Unidos y el Reino Unido. Sin embargo, las minuciosas estadísticas cuya llevanza se impone a las empresas no incluyen información sobre maternidad y número de hijos.

Seamos racionales. Hablemos de cómo favorecer la maternidad pero impidamos que se utilice la igualdad como señuelo para capturar rentas y tribalizarnos.