El peor Gobierno, la crisis más profunda
Voz Populi, 18 de octubre de 2020
La prensa internacional se ha hecho eco estos días de la deplorable situación económica e institucional de España. Para algunos medios, somos ya el enfermo de Europa e incluso algunos de ellos temen que nos convirtamos en un estado fallido. Se equivocan doblemente, pues a la vez que subestiman la gravedad de nuestra crisis económica exageran nuestra crisis política e institucional.
Subestiman la crisis económica porque nuestra economía está siendo dopada con el crédito del Banco Central Europeo (BCE) hasta un punto tal que esconde la realidad, no ya a los ciudadanos sino a los inversores: la mayoría de estadísticas ha perdido todo sentido. El crédito del BCE (en el fondo, el crédito de nuestros vecinos del Norte) ya no solo sostiene a nuestros bancos y disimula, como lleva haciendo desde 2012, la insolvencia del Estado. Ahora también sostiene a algunas de las empresas no financieras más prominentes, en cuyas emisiones de deuda ya está participando el propio BCE.
Su disposición a seguir prestándonos dinero hace que nuestra prima de riesgo (el tipo de interés extra que hemos de pagar respecto a lo que paga Alemania, que es el país más solvente) sea aún muy baja. Pero no nos engañemos: sin esa intervención del BCE, nadie nos prestaría un euro y estaríamos en suspensión de pagos. En esa eventualidad, una parte del Gobierno querría negociar el impago con la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional, que nos impondría un ajuste en toda regla, mientras que otra parte del mismo Gobierno propondría salirnos del Euro. El Gobierno se partiría, pero ni siquiera está claro por dónde, si saliendo de él los europeístas socialdemócratas o los comunistas bolivarianos.
Además, los analistas aún creen que las ayudas europeas van a tener grandes efectos positivos, cosa dudosa. Cierto que aliviarían los síntomas pero a costa de generar la mayor captura de rentas de nuestra historia y de posponer un rescate en toda regla, mucho más duro que el de 2012 y que será más duro cuanto más se posponga. Es más: dada la resistencia del Gobierno a cualquier recorte de gasto o reforma sustantiva, es dudoso que esas ayudas lleguen a materializarse. Apoyan este temor las últimas iniciativas del Gobierno para deslegitimar a la Corona y controlar el poder judicial. A sabiendas de que recibir la ayuda europea requiere unas reformas y recortes que no está dispuesto a acometer, parece haber optado por aumentar su poder para situarse en una posición de fuerza desde la que plantear un órdago en toda regla a la Unión Europea en cuanto esta empiece a cerrarnos el grifo del crédito. Ante semejante eventualidad, mejor sería, Frau Merkel, anticiparse, cerrar el grifo e incluso forzar ya un “Mario Monti”. Hoy está en su mano. Ya sea ahora o en 2021, su órdago comportará la amenaza de romper el Euro, pero es más probable que lo perdamos cuanto más se retrase. Sánchez quizá calcula que, si consigue mantener el frente populista en que se apoya, y aunque sea a costa de arruinar el país para dos o tres generaciones, su secuestro de la Corona y su creciente control de los medios y la Justicia le permitirán seguir detentando el poder durante mucho tiempo.
Pero abandonemos el terreno de las hipótesis, aunque, con ser aventuradas, lo sean menos que las políticas de quienes nos gobiernan. Lo indudable es que, dado que la prima de riesgo está silenciada y el crédito maquilla toda estadística, el indicador global menos distorsionado es la evolución de la Bolsa. Si bien su nivel absoluto es muy ruidoso, su evolución relativa resume bien nuestra situación; y los números son rotundos. Mientras que las principales bolsas mundiales han recuperado todo o casi todo el terreno perdido desde los niveles anteriores a la pandemia (la de Estados Unidos está ya un 4% por encima y Alemania solo un 6% por debajo), el Ibex-35 cae un 32% por debajo del nivel previo al COVID-19. Apenas ha subido un 9% desde los mínimos de finales de marzo, mientras que las bolsas de Francia, Italia y Portugal han recuperado en torno al 30% y ya se sitúan alrededor de un 20% por debajo del nivel previo a la pandemia.
El lector español puede pensar que la Bolsa solo informa de cómo le va a una minoría de ciudadanos, los que poseen acciones, “los ricos”. Alguno de nuestros políticos menos ilustrados incluso se alegraba no hace mucho de que cayese la bolsa, pues creía que la ruina de los capitalistas beneficiaba a los trabajadores que presume de representar. Ciertamente, el valor de una acción en Bolsa nos dice en cuánto valora el mercado los beneficios futuros de la compañía que la ha emitido y la caída brutal de las cotizaciones indica que se esperan pocos beneficios; pero haría falta ser muy inocente o estar cegado por la envidia para creer que no se van a resentir los salarios de esas empresas ni las pensiones que paga el Estado, en parte con los impuestos que gravan tales beneficios y tales salarios. El pensionista y el trabajador estadounidense se inquieta cuando cae la Bolsa de su país porque buena parte de sus fondos de pensiones están invertidos en Bolsa, y la pensión que recibe o que espera recibir disminuye al caer la Bolsa. En realidad, en España, también acaba sucediendo lo mismo; pero de forma mucho menos transparente, sobre todo mientras nos den crédito casi gratis para seguir pagando unas pensiones que, en proporción a nuestros salarios y cotizaciones sociales, son más generosas que las de los mismos vecinos del Norte que las están financiando. Si lo ojos del votante no ven, su corazón no siente. También es más probable que tarde en percatarse de que está votando en contra de sus intereses a largo plazo.
En todo caso, ¿qué se esconde tras esa evolución de la Bolsa española que si bien, cuando llega la pandemia, cae igual o algo menos que las demás bolsas, cuando estas se empiezan a recuperar, se queda rezagada y sigue sin levantar cabeza desde principios de junio? Los operadores de los mercados bursátiles sólo reaccionan ante la nueva información. ¿Qué nuevos datos les llevan a concluir que la economía española se ve mucho más perjudicada, ya no que la alemana sino que las de nuestros vecinos europeos más cercanos, como Portugal e Italia?
La pandemia la sufren todos los países, pero con tres diferencias: no todos la sufren en la misma medida; a no todos les pilla endeudados hasta las cejas; y, lo que más nos distingue, no todos los países han reaccionado de una manera tan torpe como nosotros.
En primer lugar, el COVID-19 no representa una crisis pasajera, sino que ha destruido los pilares, tanto de nuestro sistema productivo (el turismo) como de nuestra vida cotidiana, basada en vivir apiñados en una parte mínima del territorio, con una interacción social muy intensa y un consumo frecuente de bares y ocio por todos los grupos sociales. Junto con la menor capacidad de reacción a la que conduce nuestro keynesianismo de piñón fijo (gastamos mal y demasiado, tanto en las recesiones como en las expansiones), eso explicaría el mayor hundimiento bursátil de la Europa mediterránea respecto a Alemania.
Sin embargo, ni nuestro endeudamiento, ni nuestro modo de vida, ni el mayor peso que tienen en España sectores especialmente dañados como el turismo explican que estemos yendo mucho peor que Italia, Grecia o Portugal. El propio turismo nos da la pista de lo que ha sucedido: mientras que estos tres países (lo mismo, por cierto, que el Noroeste de España) han salvado sus temporadas turísticas de verano, la mayoría de los gobiernos españoles no lo han conseguido. Apunta también en esta dirección, de la responsabilidad gubernamental, el que, según el Financial Times, entre los países más desarrollados sea España el país donde el COVID ha causado más daño económico pese a ser el segundo en mortalidad. Hemos tenido el confinamiento más costoso y menos efectivo.
Decía al principio que la prensa internacional subestima la gravedad de nuestra crisis económica pero exagera nuestra crisis política e institucional. Baste por hoy con hacer dos apuntes. Primero, no se trata de que la crisis política sea coyuntural. Subsistirá tras caer el actual Gobierno. Es algo más profundo, pues se deriva, en buena medida, de nuestra miopía, agravada porque somos adictos al crédito, hoy, más que barato, regalado. Si estoy en lo cierto, nuestro futuro depende de que empecemos a entender lo pobres que somos. Por suerte, se trata de una lección fácil de aprender. Como decía Hermano Lobo, lo veremos el año que viene; o quizá, con suerte, un poco antes.