Arruñada: "En Cataluña se ha perdido la oportunidad de aclarar la incertidumbre"
El economista de la Pompeu cree que “Las consecuencias económicas del ‘procés’ son ya evidentes, pero se harán mucho más obvias en los próximos meses”
Entrevista por L. A. Vega para La Nueva España, Oviedo, 26 de diciembre de 2017, p. 32 (cerrada). Reproducida por La Opinión, Coruña, 26 de diciembre de 2017, p. 19; La Opinión, Santa Cruz de Tenerife, 26 de diciembre de 2017, p. 26; La Opinión—El Correo, Zamora, 26 de diciembre de 2017, p. 28; y La Provincia, Las Palmas, 26 de diciembre de 2017, p. 30.
El vegadense Benito Arruñada, catedrático de Organización de Empresas de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, cree que, con las elecciones del 21-D, “se ha perdido una oportunidad de clarificar la incertidumbre que ha generado el procés”. Lo que se ha producido, añade, “es un doble empate. Por un lado, un cincuenta por ciento de la población apoya el independentismo o soberanismo, y el otro cincuenta lo rechaza. Por otro, por la ley electoral, el independentismo tiene más escaños pese a que el constitucionalismo ha ganado en votos”.
Los efectos sobre los agentes económicos son otra incógnita. “La caída de la bolsa ha sido de poco más del uno por ciento. Malo, pero no tanto. Puede interpretarse como que los resultados no han sido una gran sorpresa. El empate de hecho parece que estaba descontado”, cree.
Ahora, “como los votantes no hemos clarificado la situación, la pelota está en manos de los políticos, pero están en una situación endiablada. El Gobierno del PP está en minoría, con un arco parlamentario muy dividido, y con posiciones diferentes y, en el caso del PSOE, poco claras”. Los buenos resultados de Ciudadanos aumentan la incertidumbre, ahora mismo se desconoce su potencial nacional”, estima. Además, “los independentistas necesitan contar con la CUP, y están divididos en dos partidos, cuyos líderes están el uno escapado y el otro en la cárcel”.
Lo previsible a corto plazo es que la situación política se estanque. Solo hay un motivo de esperanza y es que en lo económico el panorama se irá clarificando. “Es probable que, al acentuarse la recesión, se hagan más evidentes las consecuencias económicas del procés”, cree. Para muchos votantes, sus efectos económicos aún no están claros. “Gran parte del mundo soberanista tiende a negar o minimizar la recesión. A mi juicio, las consecuencias económicas del procés son ya evidentes, pero se harán mucho más obvias en los próximos meses. Esa acentuación de la crisis será muy costosa, pero debería clarificar los costes de los errores pasados y, esperemos, informar mejor las decisiones futuras”.
Hace unos días, el catedrático hizo una llamada en un medio nacional a la “racionalidad” de cara a las elecciones y advirtió del riesgo de que Cataluña se convirtiese en “la gran Asturias del siglo XXI, una región a la que décadas de subvenciones públicas ha condenado a la emigración y la insignificancia”. Que casi la mitad de los catalanes haya optado por una opción que podría agravar la crisis económica no tiene por qué estar reñido con la racionalidad, no solo porque lo emocional no se puede separar de lo racional, y esos votantes valoran mucho sus emociones, sino porque en mucho voto independentista puede haber habido más cálculo del que se podría presumir.
“Por un lado, al menos a corto plazo, los costes no son iguales para el funcionario que para el que pierde su empleo o el dueño de un bar que ve cómo sus ventas caen un 10% o un 20% en pocas semanas. Ni los costes son iguales ni, sobre todo, se los percibe igual de rápido. Por otro, con razón o sin ella, algunos de esos costes pueden ser inevitables, y por tanto irrelevantes. Mucho votante independentista puede haber pensado que, si bien el procés tiene costes, a estas alturas tales costes ya son inevitables. Puede decirse: ‘Votemos lo que votemos, la reputación y la confianza en el país no se van a recuperar. Luego voto lo que me apetece’. De perdidos al río”, piensa.
¿Cabe una recuperación? “No será fácil. Es fácil destruir. La decisión que tomamos en las elecciones era si empezábamos a construir o no. Y el resultado ha sido un rotundo ‘no’. Incluso se ha retrocedido, pues, en cierta medida, de los dos ejes en que se mueve la política catalana, social y territorial, ha cobrado mayor importancia el segundo, que es el más conflictivo. Vemos que el eje social, la división convencional entre izquierda y derecha, ha perdido peso respecto al eje que define el binomio entre soberanismo y autonomismo”, opina.
Una Cataluña independiente sería viable dentro de la UE, por supuesto, pero también fuera de ella, “la cuestión es a qué nivel de renta, de bienestar”. Un factor fundamental sería “cómo se solucionase el conflicto interno de Cataluña”. Y es que, “ahora mismo, desde fuera, el asunto se ve como un conflicto entre Cataluña y el resto de España, entre Puigdemont y Rajoy”. Ese conflicto “seguiría existiendo pero mutaría notablemente y perdería protagonismo en caso de que Cataluña se independizase; en cambio, pasaría al primer plano el conflicto interno de Cataluña, que seguiría siendo una sociedad potencialmente muy conflictiva. En el soberanismo se tendía a negar o dar por resuelto ese conflicto interno. Los últimos meses y las propias elecciones han mostrado que ese diagnostico era optimista”, cree.
La referencia a que Cataluña pueda seguir el camino de Asturias no es baladí. “Asturias también iba muy bien en los años 50 y 60 a base de inversión pública. Desde hace décadas es una región que pierde población, varios miles de personas anualmente, y muchas de ellas cualificadas. Hoy por hoy, es algo que en Cataluña ni se contempla. Pero, con la autonomía, en Cataluña también se ha ido creando un enorme aparato burocrático (tan solo los medios públicos de comunicación emplean a cerca de 3.000 personas), lo que ha cambiado el panorama productivo y profesional. Ahora, mucho talento joven, en vez de una actividad privada, empresarial o profesional, busca entrar en el sector público. Esa tendencia podría reforzarse si, para anestesiar el problema, el gobierno de Madrid optara, como en alguna medida hizo en su día con Asturias, por redistribuir fondos públicos”, explica.
Arruñada ha apuntado además la tesis de la “clerecía” como núcleo duro del independentismo, una cohorte de políticos, funcionarios y allegados que viviría de y para construir la nación catalana y que, amparada en el presupuesto público, podría tener menos reparos en hundir la economía, el bienestar y la convivencia. El catedrático remarca que se trata de una hipótesis, sin contrastar. Pero hay indicios. “Los trabajadores del sector público son más favorables a la independencia que los del privado, y los trabajadores fijos más que los temporales y los parados”, indica. Aún así, le parece “excesivo hablar de una revuelta de privilegiados”. En promedio, los soberanistas sí tienen más educación y ganan más dinero, “pero correlación no implica causalidad: el nieto de emigrantes no sólo suele tener menos educación e ingresos, sino que, a la vez, está más arraigado a España, y, por tanto, es menos independentista. La gran incógnita es cómo se vería afectada la movilidad social”, indica.