Vote para refundarse
The Objective, 23 de julio de 2023
Algunas encuestas estiman que hasta un millón de antiguos votantes del PSOE se irán hoy al Partido Popular. Sería lógico. Bajo Pedro Sánchez, el PSOE se ha movido hacia posiciones muy a la izquierda y cercanas al nacionalismo periférico y centrifugador. Ha abandonado el centro político y la socialdemocracia para acometer una estrategia frentista: ha pactado con todo tipo de partidos, incluidos los separatistas y afines al terrorismo, pero no con los partidos nacionales.
El PP ha estado ágil, bajo Núñez Feijóo, para llenar ese vacío. Eso le ha permitido captar mucho voto de Ciudadanos pero también socialista. Es una novedad, porque incluso en los peores momentos del PSOE, con González en los años 1990 o con Zapatero tras los recortes que hizo desde mayo de 2010, sus votantes insatisfechos se abstenían, pero no votaban a su adversario.
En esa tesitura, Vox no ha mostrado los reflejos, la flexibilidad o el liderazgo necesarios para aprovechar este estiramiento del PP y atraer al votante de centro derecha. Al exagerar el gesto y relegar a sus voces más liberales, ha renunciado a ese votante. Al presentarse como un partido más expresivo que funcional ha desperdiciado una ocasión de oro para refundarse como un partido con impacto directo en la sociedad.
Veremos esta noche si esta actitud de Vox ha sido una suerte o una desgracia para el PP. Cierto que le ha permitido centrarse sin perder muchos votos por su derecha, lo que aumentará su representación parlamentaria. Si logra el gobierno, podrá consolidar su refundación como partido hegemónico, cubriendo todo el espectro desde el regeneracionismo que en su día abanderó Ciudadanos hasta el pactismo posibilista de la democracia cristiana. Será entonces la ocasión de calibrar la talla real de su líder.
Pero la rigidez de Vox también puede ser una desgracia para el PP. La pérdida de votos que se espera de Vox, junto con la mecánica de la ley electoral en las provincias pequeñas, podrían poner en duda la llegada de Feijóo al poder. Y la fluidez de los resultados relativos de ambos partidos también compromete la estabilidad de un futuro pacto de gobierno.
Por ambos motivos, peligra, si no la derrota electoral de Sánchez, sí su doble despido, del Gobierno y del partido. No son estos despidos imprescindibles para refundar el PSOE, pero sí para refundarlo como el partido socialdemócrata que fue antes de Zapatero. Tras una derrota asumible, Sánchez quedaría en situación de consolidar la refundación del PSOE sobre las bases extremistas y sectarias desde las que ha gobernado. Ya sea desde el Gobierno o desde la oposición, instalaría al país en la división social y el estancamiento económico. Le sobran para ello habilidad personal, correligionarios obedientes y aliados en la periferia antiespañola. Cuenta también con el campo minado en que deja convertida la economía, las instituciones y las leyes.
En cambio, una derrota rotunda de Sánchez sería la ocasión para refundar el PSOE sobre las bases socialdemócratas que lo erigieron en el partido dominante a finales del pasado siglo. Por entonces, también expandía el estado de bienestar; pero, a diferencia de Sánchez, lo hacía de modo sostenible. No era un estado de bienestar como el de la reciente subida de pensiones, cuyo mantenimiento a largo plazo exigiría sacrificar los demás servicios públicos. Tampoco basaba el bienestar en financiar nuevos “derechos” con una deuda pública que, sin el respaldo del BCE, nadie nos compraría. Menos aún en regalar derechos a unos ciudadanos a costa de otros.
La versión más célebre de esa socialdemocracia fue en su día el pragmatismo de Deng Xiaoping, convencido de que —al menos para la economía— no importaba el color del gato siempre que cazase ratones. Pragmatismo que en 1985 llevó a Felipe González a liberalizar, por ejemplo, la inversión exterior, los horarios comerciales y el alquiler de viviendas, permitiendo así que resurgiera el mercado de alquiler. Un mercado que, en cambio, Sánchez ha reducido hoy a su mínima expresión al promulgar normas voluntaristas que, de hecho, impiden los desahucios por impago y congelan las rentas de los contratos vigentes, con lo que reducen la oferta y disparan las rentas de los pocos alquileres nuevos que llegan a firmarse.
Esta lección del alquiler es generalizable a muchos otros ámbitos, de los que Sánchez ha erradicado el pragmatismo, desde la educación al código penal o al medio ambiente. El camino para refundar un partido socialdemócrata que aspire a ser sostenible es claro. Si no quiere extinguirse en cuanto nos cierren el grifo de la deuda, como le ha sucedido a varios de sus homólogos europeos, debe reemplazar la fe, el populismo y la demagogia por la ciencia o, al menos, por el sentido común. En economía, su supervivencia pasa por condicionar la redistribución de la riqueza a su producción.
En esa tarea, hubiera contado hasta hace poco con escasa competencia, dado que la derecha no sabía conjugar esa condición básica del desarrollo económico. La novedad son los sucesivos gobiernos de la Comunidad de Madrid y sus imitadores. Por mucho que sus críticos les tilden de ultraliberales, sus políticas son las que más se parecen al pragmatismo que practicó el PSOE en buena parte de los años 1980. Hasta el punto de que algunos de sus logros más visibles, como el auge del comercio y el turismo, hasta tienen su origen en la liberalización de inversiones, horarios y prácticas comerciales del decreto Boyer (siempre rechazadas, en cambio, en Cataluña, ese país de donde el seny emigró mucho antes de que empezara el procés).
Refundar el PSOE depende de sus votantes; pero, con su pasado reciente y esta nueva competencia, no será tarea fácil. Máxime cuando sustituir populismo por pragmatismo requiere un tipo de ambición y un grado de autoestima que escasean entre los líderes políticos, autoseleccionados como están para conformarse con un poder más figurativo que real. Sucede como en las bodas y graduaciones académicas: las celebramos mucho para disimular su carencia de contenido. Pero no se queje. Está en su mano que no pase lo mismo con su voto. Usted elige: puede votar para expresar su propio gesto o para cambiar un poco la realidad. Cierto que su voto generará un cambio pequeño, pero lo hará en beneficio de todos. Sea generoso. Demuestre que quien más necesitaba refundarse no era Usted.