Un PP en el laberinto

The Objective, 1 de diciembre de 2024

El Partido Popular se ha metido en un callejón sin salida similar al que popularizó Heller en Catch-22 (1961), la novela en la que los pilotos de combate solo eran licenciados si se volvían locos, pero al solicitar la licencia demostraban estar cuerdos.

El centrismo del PP patina por motivos similares. Piense en la reciente asistencia de Feijóo al congreso de UGT. Algunos creen que fue un error confundir a este sindicato con los trabajadores, cuando los tribunales confirman que UGT les ha defraudado más de 40 millones de euros de fondos públicos y acaban de pillar a algunos de sus miembros repartiendo “colocaciones” en RTVE tras corromper las pruebas de acceso.

Pero la dirección del partido ve el abrazo sindical como un gesto más de los dirigidos a atraer votantes de centro. Se trata de una estrategia minimalista en cuanto a los contenidos y casi vacía de compromisos, pero con muchos guiños de ese tipo, en varias direcciones. Se traduce, por un lado, en una defensa cerrada del modelo autonómico; de ahí los titubeos y falta de respuesta ante el concierto catalán y las inundaciones de Valencia. Por otro lado, se refleja en una variedad de propuestas en materia social, desde conciliación y jornada de trabajo hasta vivienda o igualdad. A esta promoción confederal y socialdemócrata del PP nacional se suma el despliegue de políticas similares por sus gobiernos regionales, desde la defensa de la agenda climática por la Junta de Andalucía a los planes de nacionalismo energético de la Xunta de Galicia.

Esta pauta seguidista genera dudas. ¿Desea y es el PP capaz de articular una estrategia coherente de futuro, basada en principios liberales y de mercado? ¿O, más bien, insistirá en proponer y, seguramente, aplicar políticas autonomistas y socialdemócratas que sacrifican la igualdad entre ciudadanos y la eficiencia en aras de supuestos réditos electorales?

Lo veremos con el tiempo, una vez llegue al poder. O quizá no, porque, hoy por hoy, esos réditos son tan escasos que ponen en peligro su llegada al poder, con lo que se arriesga a repetir su fracaso de 2023.

No sólo porque las ganancias que logra por su izquierda se compensan con pérdidas por su derecha. Pese a haberse radicalizado, Vox sigue fuerte en las encuestas, ya que le basta presentarse como ancla imprescindible para un PP que muchos de sus antiguos votantes ven a la deriva. Lo más grave es que el mantenimiento de Vox asegura que éste sea imprescindible para el PP como socio de gobierno, con lo que, cuanto más se escora el PP a su izquierda, más fortalece y más necesita a Vox para gobernar. Como consecuencia, menos creíble resulta el PP para los votantes que desea atraer, de tal modo que su gesticulación le desangra por su derecha sin darle votos por su izquierda.

Sucede algo parecido a escala autonómica. Lo refleja bien la desafección que, según la última encuesta del CEO, muestra el 54 % de los votantes catalanes del propio PP respecto a su líder nacional. La propia magnitud, junto con indicios crecientes en las encuestas del CIS, impiden achacar esa cifra a un posible error de medida, fruto de lo exiguo de la muestra. Se trata de una desafección insólita, pero previsible tras los dos años que Feijóo lleva flirteando con un nacionalismo que lo desprecia aún más que a sus votantes. Quizá ese flirteo le permita negociar un apoyo futuro, pero no abaratar el precio. Y si le aporta algunos votos, más votos perderá por su derecha, tanto a manos de Vox como indirectamente porque, de nuevo, al fortalecer a Vox reduce su potencial atractivo para el votante de centro.

Acercarse al electorado progresista no sólo aleja al PP de la victoria. En caso de que los errores ajenos le llevasen al poder, nos condenaría a todos a disfrutar, como mucho, de un breve paréntesis casi continuista, seguido por un renacer reforzado de esa dolencia aparentemente contagiosa que es el sanchismo.

Visto que su giro al centro no funciona, el PP debería fijarse en las estrategias seguidas tanto por Isabel Díaz Ayuso como por Pedro Sánchez, pues ambas demuestran que es posible salir de ese tipo de círculo vicioso.

Ayuso ha logrado arrinconar a la derecha más radical, al integrar a la mayoría de sus votantes en su propio proyecto a la vez que ganaba apoyos por el centro. Su éxito radica en liderar con un mínimo de coherencia ideológica y un mensaje simple pero consistente. Ha sabido apelar a una liberalización productiva que en alguna medida trasciende el estrecho marco de izquierda y derecha.

En el otro extremo, aunque aplicando políticas opuestas, Sánchez ha seguido una estrategia similar en el plano electoral, pues llevó al PSOE a la izquierda sin perder muchos votos por su derecha, con lo que corrigió la fragmentación de la izquierda. Cierto es que Sánchez no trascendió el eje izquierda-derecha con medidas productivas sino a base de distribuir rentas por fuera de ese eje. Lo hizo a cuenta de una fiscalidad agresiva, que nos lleva a perder posiciones en Europa, y de un endeudamiento del sector público que más pronto que tarde resultará insostenible.

El PP debería aprender de Ayuso para ofrecer una alternativa coherente, aspirando a recuperar la confianza de votantes tanto a su izquierda como a su derecha. Pero ha de reformular el dilema: ha de dejar de moverse “en horizontal” para “elevarse”. En lugar de intentar contentar a todos sin que nadie lo crea, debe apostar por una visión consistente, con principios claros, tal que sea creíble y pueda inspirar un mínimo de confianza. Ha de crear un nuevo marco de referencia en el que el dilema deje de existir.

Confío que el PP aprenderá a tiempo. Se atribuye a Abraham Lincoln la máxima de que no procede cambiar de caballo en mitad del río. Es un principio sensato, y el PP ha hecho bien en seguirlo, en cuanto al jinete. Pero el consejo se refiere a un caballo que intenta cruzar el río, no al que se deja arrastrar por la corriente.