Tampoco se han ido a Canadá
The Objective, 15 de enero de 2023
Desde que Elon Musk adquirió Twitter, empezó a tomar decisiones controvertidas, como despedir a dos tercios de la plantilla o restablecer las cuentas de muchos personajes públicos cuyas opiniones ofenden a la corrección política dominante, desde el psicólogo Jordan Peterson al expresidente Donald Trump.
Con cada una de estas decisiones, nuevas oleadas de usuarios manifestaron su intención de salir de Twitter y abrir cuentas en otras redes sociales, sobre todo en Mastodon. Es ésta una red descentralizada, que está formada por subredes relativamente independientes, en lugar de pertenecer y estar gobernada toda ella, como la mayoría de las plataformas de internet, por una sola empresa.
Sin embargo, pasados apenas dos meses, esta migración se está quedando en nada, de forma similar al exilio canadiense que prometió mucho artista estadounidense tras ganar Trump las elecciones de 2016. Twitter sigue teniendo más usuarios que nunca (unos 450 millones), mientras que los usuarios activos de Mastodon, que habían pasado de 300.000 antes de Musk a 2,5 millones en el pico de la polémica, han descendido este mes de enero a menos de 1,7 millones.
Sucede, de entrada, que pocos de los que abrieron cuenta en Mastodon se habían ido realmente de Twitter, sino que la mayoría seguían activos en ambas redes. Amenazaban con irse; pero no lo hicieron porque las redes sociales, como todas las plataformas de Internet, disfrutan de grandes economías de red: la utilidad que obtiene cada usuario aumenta al hacerlo el número total de usuarios. Hasta el teléfono carecería de valor si nadie estuviera usando otros teléfonos.
Ocurre igual con Twitter. Los usuarios que quisieran abandonarla temen perder a sus actuales seguidores y sufren graves dificultades para coordinarse. Mientras no se vaya un gran número de ellos, ninguno está dispuesto a irse, y casi ninguno se va. Las amenazas de abandonar buscan esa coordinación, pero también tienen cierta dosis de postureo.
Lo confirma la situación de las redes alternativas, que en los últimos años han proliferado en el otro extremo ideológico. Abundan en ellas los personajes que las mantienen como un seguro, así como los que han sido expulsados de las redes convencionales. Ni siquiera fueron decisivos los fenómenos que en su día coordinaron a los descontentos, como el cierre de las cuentas de Trump en enero de 2021. Tanto su red social, Truth Social, como Parler, Gab, Minds o Gettr, siguen siendo cámaras de resonancia de los más forofos, lo que resta valor a otros usuarios. Parecen condenadas a tener cuotas de mercado exiguas; y, quizá lo más importante, según un estudio reciente del Pew Institute, son irrelevantes como fuentes de información.
De modo similar, pese a que muchos enemigos de Musk abrieron cuentas y promovieron Mastodon, sus efectos sobre Twitter han sido exiguos. Mastodon confronta, además, graves problemas, y no sólo de escala, sino asociados a que, por su propio diseño, no está claro cómo se distribuyen los derechos y las responsabilidades en su estructura descentralizada, ni que esa distribución proporcione buenos incentivos a los gestores de nodos y subredes.
Pero hay algo más fundamental, que es independiente del tipo de diseño organizativo y de la estructura de propiedad de la red. Aunque las decisiones de Musk, dirigidas a provocar un vuelco cultural en Twitter, facilitaron la coordinación de descontentos, a nadie se le escapa que un ateneo integrado por afines ideológicos compite mal con la proverbial plaza pública, en la que están disponibles y se tropieza a veces con puntos de vista diversos.
Compite mal a escala individual y colectiva. Para madurar, tanto los individuos como las sociedades necesitamos foros en los que entremos en contacto con opiniones contrapuestas. La fragmentación de la plaza pública en clubes excesivamente homogéneos no es saludable para nadie.
Además, de hecho, las redes convencionales ya proporcionan una estructura híbrida modulable por el usuario, en la medida en que coexisten subredes informales cuyos miembros interactúan con mayor frecuencia. Algunos individuos se relacionan así con varias subredes y sirven de puente entre ellas, gozando de lo que Mark Granovetter denomina “la fuerza de los lazos débiles”.
La teoría de redes ha venido a demostrar que, a menudo, son precisamente esos individuos los que añaden más valor, solidez y adaptación a la red, a la vez que ellos mismos se benefician de su posición de puente y mediación entre subredes. Por el contrario, una red muy homogénea suele estar más cerrada; y ser frágil, estéril y, para sus miembros, esterilizante.
Por su dimensión y su carácter híbrido, Twitter aún puede resultarnos, a la vez, reconfortante y desagradable. De ahí proviene gran parte de su valor. En Canadá, en cambio, se combate bien el frío, pero mal el aburrimiento.