Reyes del autoengaño

The Objective, 18 de diciembre de 2022

Para Robert Trivers, uno de los principales científicos del pasado siglo, la capacidad para engañarse a uno mismo es una adaptación evolutiva que resulta ventajosa en situaciones sociales complejas. Al creernos las mentiras que nos benefician, podemos competir y negociar mejor; y, al mantener una imagen positiva de nosotros mismos, protegemos nuestra autoestima y evitamos la disonancia y el dolor emocional.

Algunos autores incluso afirman que cierta dosis de autoengaño puede ser útil para el liderazgo, al menos para líderes personalistas. Quien muestra sus dudas se queda solo, mientras que quien más se autoengaña más confía en sí mismo y más probable es que le sigan.

Sin embargo, ese tipo de líder acentúa los riesgos, ya que, si los seguidores se convierten en rebaño y su caudillo es un desaprensivo, el grupo puede acabar matando y suicidándose. La historia está repleta de partidos, empresas y naciones que, tras conformarse como rebaños al cobijo de líderes mesiánicos, han entrado en espirales de esa índole.

Algo así ha empezado a suceder estos días en la cabeza de muchos socialistas españoles, incluyendo a muchos votantes del PSOE; a casi todos sus militantes, periodistas e intelectuales; a buena parte de sus antiguos líderes y a sus actuales barones; y, en especial, a la nomenklatura y los allegados a ese cerebro que viene ser el PSC dentro del PSOE.

Su líder, el Sr. Pedro Sánchez, ha pactado su continuidad en el Gobierno de la nación a cambio de modificar el Código Penal para amnistiar a quienes dieron un golpe de estado en 2017. Podrán presentarse a las elecciones y hasta quizá haya que indemnizarles. No es un pacto a corto plazo y se da por hecho que incluye un referéndum sobre si negociar la independencia de Cataluña, con exiguos porcentajes de un 50 % de participación y un 55 % de aprobación.

Simultáneamente, pretende modificar las reglas para nombrar a los máximos órganos constitucionales y judiciales. Se teme que busca asegurarse su control para reinterpretar a su gusto la Constitución. La reformaría de hecho, sin acometer una reforma legal, la cual requiere un consenso que no le interesa buscar ni alcanzar.

Todos estos cambios en las leyes son de la máxima trascendencia, pero está en vías de promulgarlos al modo de la infausta ley del “sí es sí”, violando todas las reglas de informe y procedimiento que salvaguardan la calidad técnica de la ley y los derechos de ciudadanos y parlamentarios. Las consecuencias serían similares: excarcelación de condenados, más incentivos para delinquir y un precedente que dará pavor a la izquierda cuando pierda el poder.

Pese a estos hechos, las cabezas pensantes del PSOE-PSC han instruido a sus cabezas parlantes, ministros incluidos, para que difundan el argumento de que están “homologándonos con Europa”, pese a ser allí las penas igual o más duras. También el de que la oposición es antidemocrática, incluso cuando se limita a ejercer sus derechos con notable indolencia.

La versión catalana de este discurso se centra en que el Gobierno “hace política”, gracias a lo cual la situación aquí se ha “desinflamado” y, como consecuencia, “estamos mejor que en 2017”. Es cierto que algunos están mejor. Con ingenua sinceridad, un político catalán confesaba esta semana que la situación ha mejorado porque “en mi pueblo ya no me insultan por la calle”. Quienes emplean este tipo de criterio no ven que, como mucho, la mejora iría por barrios. Dudo que hayan preguntado a los padres que sufren el incumplimiento de las sentencias del 25 % de clases en castellano y el bullying que la propia administración ejerce sobre sus hijos. Los biempensantes a los que ahora no insultan por la calle suelen olvidarlos, quizá porque ellos envían a sus hijos a colegios de pago, donde no sufren la inmersión.

El Gobierno no ha desinflamado Cataluña. Sólo la ha anestesiado. Es cierto que por ahora no se queman contenedores. El cese de los disturbios ha sido condición del Gobierno, precisamente para dar la impresión de que vamos mejor. Pero el agravamiento de los riesgos resulta obvio con sólo escuchar a los independentistas. Es propio de ingenuos e interesados negar esos riesgos, más que futuros, inmediatos.

Lo único que ha logrado el Gobierno es extender la crisis catalana a toda España, como bien anticipó Juan Milián en El proceso español: La catalanización de la política española.

Pero da igual. Todas estas falacias alimentan el autoengaño, pues éste no come verdades sino excusas. Máxime el catalanismo que, como todas las culturas que anteponen el interés del grupo al del individuo, presiona a sus miembros hacia la conformidad y les hace aún más proclives a autoengañarse.

Observe que los sucesos de 2017 ya contaron con grandes dosis de autoengaño por parte de la gente y de unos políticos que, no sólo en Cataluña, mentían mucho a los demás; pero que, para evitar la toma de decisiones difíciles, también se mentían a sí mismos.

Se repite la historia. Claramente, en el Gobierno y en el PSOE. Pero, como entonces, también parece sufrir notable autoengaño la oposición, lo que explica su renuencia a encarar el problema. Al errar el diagnóstico, confunde las prioridades y va a remolque de los acontecimientos. Hasta los califica tarde, con lo que, pese a ser víctima, permite que sus adversarios la tachen de agresora, en las Cortes y en Bruselas.

En lugar de librar la batalla del presente, oscila entre un pasado y un futuro igual de imaginarios. El pasado, lo diagnostica mal, olvidando tanto el origen como su parte de responsabilidad en la actual circunstancia. A Sánchez, no le hubiera resultado tan fácil enterrar a Montesquieu si en la segunda parte de los años 1980 el PSOE no hubiera contado para desterrarlo con la complicidad de la derecha. O si, más tarde, el PP hubiera cumplido sus repetidas promesas de renovación institucional. Agua pasada, sí; pero, aún hoy, la ausencia de una contrición que el PP apenas ha formulado siembra dudas sobre su propósito de enmienda y permite al Gobierno acusarle de oportunismo por haberse negado al cambalache de puestos en TC y CGPJ.

Por supuesto que el presente es insólito, pero por eso mismo no basta responder con fórmulas agotadas, como aquel rancio “Lo haremos bien” de primavera. Tampoco con meros formulismos, sin comprometerse en nada ni quemar nave alguna; sin percatarse siquiera de que esa falta de compromiso hace menos creíbles sus promesas; sin entender, en fin, que quien pretende quedar bien con todos ofende a muchos y pone en duda si realmente cree en algo.

En esas condiciones, no sería extraño que el soñado futuro postelectoral nunca llegue a concretarse. Allí donde reina el autoengaño, gana quien mejor sabe engañar. Pero tampoco se confundan en esto: la responsabilidad está muy compartida entre quienes engañan y quienes desean ser engañados.