Feijóo, aléjese de Cataluña
The Objective, 17 de marzo de 2024
A estas alturas, caben pocas dudas de que tenemos el Gobierno más débil de la democracia. Algunos quieren creer que sólo detenta el poder gracias a su atrevimiento y a su disposición a saltarse toda regla legal y moral. Es cierto: Sánchez se ha saltado casi todas las reglas legales y lleva camino de hacer lo mismo con las morales. Pero, no nos engañemos: si consigue retener el poder, lo debe también a los errores y la incompetencia de la oposición.
Una incompetencia que, una vez más, se ha apresurado a demostrar la dirección del Partido Popular tras convocarse las elecciones catalanas.
No es sólo que siga sin formular una sola propuesta de reforma del estado autonómico, que aspire a dotarle de un mínimo de coherencia y haga creíble su voluntad de cambio. Algo que vaya más allá del subliminal “con nosotros todo se arregla”, cuya falsedad ya quedó demostrada durante los gobiernos del Señor Rajoy. Una propuesta que también supere la huera “cordialidad” feijoana, de cuyo entreguismo a largo plazo da buena cuenta el auge que disfruta en Galicia el separatismo de extrema izquierda.
A corto plazo, lo grave es que el PP lleva camino de repetir en las próximas semanas todos sus errores del pasado. Incluidos los del Señor Casado: recuerden cómo, en las últimas elecciones catalanas, hizo lo indecible por hundir el voto de su propio partido.
A juzgar por la demografía de sus votantes reales, la mayoría de los votantes potenciales del PP catalán son ciudadanos de bajo nivel de renta. Sin embargo, en vez de preocuparse por ellos y servir a sus intereses, desde siempre, los carguitos del PP nacional se han dedicado a adular a unos caciques nacionalistas que les conviene creer moderados. No es de extrañar que, durante los dos últimos años, hayan seguido ofreciendo a su filial regional como eventual masovero para lo que puedan necesitar esos señoritos.
El mejor exponente de este desprecio a sus votantes reales y potenciales fue el bochornoso espectáculo de las conversaciones con un partido supremacista y golpista como ha sido y es Junts. Ni aun hoy quieren entender que, al conversar, legitimaban la estrategia del Gobierno sobre la amnistía; ni que, con sus titubeos, sólo exhibían la endeblez de sus principios.
Una vez convocadas las elecciones, sus banderías locales de vocación masovera vuelven a sembrar dudas sobre quién será su candidato. Y ello a pesar de que —o, más bien, porque— su líder catalán sí conoce la Cataluña real y es de los pocos políticos respetados en toda España. Dudas interesadas, por tanto; y en el peor momento. Pero la responsabilidad no es de estos intrigantes habituales, sino de quien, en vez de liderar, siempre duda si subir o bajar. Tal vez porque no sabe; o tal vez porque, ni aun sabiendo, osa decidir nada mientras exista algo de riesgo.
Sorprende también que sus grandes aspiraciones estratégicas se reduzcan a aliarse con viejas glorias o aspire a convertir a la Señora Arrimadas en símbolo de su campaña. ¿Acaso vive en 2017? Es sorprendente porque esas viejas glorias no sólo traicionaron ya en su día a sus votantes catalanes, sino al propio Partido Popular. Parece no apreciar que quien premia a traidores anuncia su propia disposición a traicionar.
Observen de remate que, mientras la prensa daba cuenta de estos rumores, lo más selecto del PP se reunía en Ávila para reflexionar sobre “un futuro en igualdad” construido a base de potenciar… “Diputaciones, cabildos y consells”. Todo ello, como ven, muy igualitario y moderno.
Alguien podría pensar que, si el futuro que nos propone la izquierda pasa por exprimir a los contribuyentes con chiringuitos de nuevo cuño, el de esta rancia derecha caciquil consiste en exprimirnos con chiringuitos antiguos. Chiringos nuevos y antiguos, igual de costosos, inútiles y extractivos.