España, víctima de su sectarismo
The Objective, 17 de septiembre de 2023
Ha llamado la atención que el Sr. Felipe González y otros ilustres socialistas hayan empezado a criticar a Pedro Sánchez. Lo que a mí me extraña es que apenas se haya criticado su flagrante contradicción: como casi todos estos socialistas críticos, con la honrosa excepción de Joaquín Leguina, el propio González reconoce haber votado al PSOE el pasado 23 de julio.
Lo insólito es que apenas les afeemos su contradicción. El admirado González, un hombre al que se supone sentido de estado, no se recata en decir que ha votado a sabiendas por un candidato a quien no sólo desprecia, sino que considera un peligro público, tanto para el país como incluso para su partido y para la contribución histórica del propio González. Insinúan las malas lenguas que González es víctima de un chantaje; pero, de ser así, no incordiaría a su poderoso correligionario.
Mi interpretación es más simple. La opinión pública refleja el hecho de que la mayoría de los ciudadanos considera normal y lógica su actitud. Al hacerlo, exhiben el déficit cultural que nos impide progresar hacia una sociedad moderna.
En efecto, esta tolerancia cómplice con González es coherente con las encuestas internacionales sobre valores sociales, como la World Values Survey, cuando observan que en los países más personalistas e incluso primitivos y hasta tribales la mayoría de las personas antepone a todo interés general el interés de sus familiares, de sus amigos, de su clan o de su partido.
Son países en los que muchos ven mejor que alguien enchufe a sus parientes a que se niegue a hacerlo. En realidad, ven esa negativa como una deslealtad sospechosa, indicativa de que el sujeto “no es de fiar”. Mucha gente también se muestra dispuesta a mentir para salvar a un amigo que ha provocado un accidente de tráfico tras conducir a una velocidad excesiva. En esos países, los experimentos también ponen de manifiesto que quien recrimina una conducta antisocial incita el cierre de filas en torno al recriminado, e incluso se arriesga a que los suyos le castiguen por haberlo criticado, habiéndose saltado así el equilibrio de convenciones tribales. Son países donde existe una distancia sideral entre lo que se critica en privado y en público; y donde abundan, en consecuencia, los emperadores y caciques desnudos.
Ciertamente, en muchas de esas encuestas y experimentos, los españoles no somos del todo primitivos, pero tampoco del todo modernos: no somos tan personalistas y tribales como los afganos o los árabes pero aún estamos lejos de los daneses o los suizos. Nos parecemos más a argentinos y mejicanos.
Se trata de un vicio general, por lo que no sorprende que también aqueje al Partido Popular. El Señor Núñez Feijóo dice que ha ganado las elecciones e insiste en pedir a Pedro Sánchez que éste se abstenga y le deje gobernar al menos dos años. Pero Sánchez tiene muchas más posibilidades de formar gobierno que Feijóo. Y, siendo la nuestra una democracia parlamentaria, es discutible quién ha ganado unas elecciones que, por lo demás, el propio Partido Popular había planteado en términos de “derogar el Sanchismo”.
Por eso creo que Feijóo debería negociar su propia abstención en favor de Sánchez, condicionada a un pacto de respeto a la Constitución. Pero sospecho que es una propuesta poco factible. No tanto porque el PP aún confíe en alcanzar ese poder pírrico que disfrutaría con la actual distribución de escaños. El motivo es que las mismas emociones sectarias que impiden a Felipe González votar el 23J con la cabeza bloquean a la mayoría de los dirigentes y votantes populares a la hora de contemplar siquiera su abstención.
Digo contemplar porque en el PP parecen incapaces incluso de analizar racionalmente dicha posibilidad, pese a que, a mi juicio, sería la mejor para España y para el propio PP. No sólo es dudoso que Sánchez aceptara ser presidente con la abstención del PP, una negativa que dividiría aún más al PSOE. Cierto que, en caso de aceptarlo, es dudoso que Sánchez cumpliera el pacto de investidura.
Pero, en ambas tesituras, el PP hubiera tomado la iniciativa y podría hacer una oposición eficaz; y desde la superioridad moral, pues su sacrificio empezaría a hacer creíble su patriotismo. Estaría a años luz de donde hoy se encuentra sumido, tras el oportunismo infantil que ha practicado estas semanas: sus ocurrencias de hacer ascos a sus socios y de negociar con separatistas sólo le han servido para diluir aún más su credibilidad y legitimar las arbitrariedades de Sánchez.
Por supuesto que es una opción discutible y arriesgada; pero sería grave que ni llegase a contemplarse. Ello confirmaría el temor a que nuestros males no provienen de que nos gobierne un individuo como Pedro Sánchez, sino de que muchos españoles prefieren que les gobierne su pedrosánchez, y de que otros tantos son incapaces de dominar sus emociones para empezar a pensar en cómo domesticarlos.