El nuevo Cid Campeador
The Objective, 4 de junio de 2023
En la ocasión del discutible fin del Sanchismo, esta tribuna trata de los déficit de autoestima que lo han hecho posible.
El pasado domingo, el PSOE cedió mucho poder pero pocos votos, algo menos de un punto porcentual. Cierto que perdió varios gobiernos autonómicos y muchos ayuntamientos, pero los gobernaba por márgenes pequeños; y el PP los gana, si acaso, con márgenes incluso menores. Además, el PSOE no es más que un instrumento en manos de su líder, para quien esa derrota exigua le ha brindado la oportunidad de convocar elecciones generales el 23 de julio.
Persigue con ello varios objetivos. El más obvio es el de retener el Gobierno tras unas elecciones en las que el bloque de izquierda aún tiene posibilidades de ganar. También aborta la oposición interna que pudieran ejercer los miles de cesantes socialistas tras los resultados electorales. Menos probable es que fructifiquen los gestos de sus antiguos líderes, el más notable el silencio de un Felipe González que aún podría arrastrar algunos miles de votos entre el electorado pero pocas voluntades entre una militancia tan profesionalizada.
Más importante es el que Sánchez se haya erigido en líder indiscutible del frente populista. Igual que ocurrió en las elecciones andaluzas, el PSOE perdió unos pocos votos respecto a los partidos a su derecha pero mejoró notablemente su posición relativa respecto a la extrema izquierda. El pasado domingo ha sucedido lo mismo, y no sólo respecto a Podemos sino a ERC, un cambio éste esencial, dado el dominio que ejerce el PSC sobre el PSOE del siglo XXI.
Queda así Sánchez en una posición muy fuerte para, si perdiera las elecciones y así lo desease, liderar la oposición y volver al poder, una posición reforzada por varios factores, de los que no se suele apreciar toda su potencia política.
Por un lado, la anestesia sanchista de todo problema mediante un gasto público creciente es financieramente insostenible, en especial si la Unión Europea recobra cierta dosis de sensatez. Es éste un horizonte cada vez más cercano, aunque sólo sea por la creciente restricción financiera de la propia Unión. El próximo Gobierno, en vez de cumplir dudosas promesas electorales de reducir impuestos, es más probable que haya de estrenarse congelando pensiones y sueldos públicos.
Igualmente, ese nuevo Gobierno confrontará resistencias muy notables para revertir las medidas populistas mediante las cuales el Gobierno saliente ha hecho una política más sectaria que social en favor de algunos ciudadanos, como okupas, arrendatarios o deudores; pero no a costa de los contribuyentes sino tan sólo de los arrendadores y los acreedores.
Por último, su control del Tribunal Constitucional posibilita que éste se preste, llegado el caso, a bloquear la acción de gobierno. A juzgar por sus recientes decisiones, algunos hasta temen que la mayoría del actual Tribunal sería capaz de encontrar bizantinismos jurídicos que le permitieran fabricar constitucionalidades ad hominem, de tal modo que, mientras ha considerado constitucional que Sánchez legislase materias ordinarias por decreto-ley, podría estar dispuesto, por ejemplo, a negar la urgencia a los decretos-leyes o a paralizar sine día las leyes que pudiera promover un futuro gobierno presidido por Feijóo.
Se dice con ánimo crítico que la convocatoria de elecciones no es fruto de la audacia de Sánchez sino de su soberbia. Probablemente, ya que ambas son cara y cruz de la misma moneda. También la valentía se fabrica con miedo y la cobardía se suele disfrazar de prudencia.
Pero son aspectos menores. Además, un poco de soberbia no viene mal si nos trae algo de autoestima, de la que andamos algo escasos. Vean, si no, a esos diputados socialistas dispuestos a aplaudir durante varios minutos a su líder. O al ya citado Felipe González, que presencia en silencio la demolición de su obra convivencial, no por endeble menos real. O el revelador triunfalismo que exhibe mucho aspirante de centroderecha, quien, al contrario que su líder, se muestra feliz de gobernar con tan escaso poder; un indicativo claro de cuáles son sus prioridades. Lo mismo que los directivos catalanes que consensuaron la enésima Nota d’ Opinió del Cercle d’Economia, en la que exigen a los políticos mucho liderazgo y coraje, esas dos virtudes de las que el Cercle ha dado todos estos años pruebas sobradas de carecer. Todas esas actitudes ayudan a explicar y son así corresponsables del insólito éxito que ha alcanzado entre nosotros alguien como Sánchez.
También el error de quienes, atendiendo a los precedentes, son incapaces de imaginar a un ex Presidente del Gobierno rebajándose a ser el jefe de la oposición. Deben recordar que tampoco se lo imaginaban recobrando el control del PSOE tras ser expulsado de su jefatura.
Por lo demás, si el “triple” que ha lanzado Sánchez al convocar las elecciones no llegase a entrar y la senda de la oposición se tornase demasiado empinada, siempre le queda la opción de luchar por un puesto internacional, como la Secretaría General de la OTAN.
Se sorprendían algunos esta semana de que Estados Unidos promoviera la candidatura de Sánchez. Lo realmente curioso es que el idealismo estatista español se extienda incluso a las organizaciones internacionales, que aún gozan entre nosotros de una respetabilidad que, dada su ineficacia y más que ocasional corrupción, quizá no merecen. Por eso mismo son un buen destino para un sujeto tan adaptable y diestro en políticas maquiavélicas. Hasta en eso se parece a un mercenario ocasional como el Cid. Si lo miran bien, incluso se da un aire a Charlton Heston.