Draghi nos anima a reincidir
The Objective, 15 de septiembre de 2024
Mario Draghi es el principal bombero de la Unión Europea. Como presidente del BCE (2011-2019), inició en 2012 la compra masiva de deuda de países que, como España, estaban al borde de suspender pagos. Como primer ministro de Italia (2021-2022), dirigió el país durante la pandemia y promovió el programa Next Generation EU (NGEU) que iba a modernizar la economía.
Con estas credenciales, no por desafortunado es menos lógico que la Comisión Europea saliente le encargase liderar el informe sobre “El futuro de la competitividad europea”, publicado esta semana, en el que diagnostica nuestros problemas estructurales y propone un costoso plan de endeudamiento e inversión para volver a una senda de crecimiento.
Como la UE está rezagada frente a China y Estados Unidos; para no seguir perdiendo competitividad, Draghi propone aumentar en casi cinco puntos de PIB la inversión anual hasta 2030. La cifra es gigantesca, pues elevaría el peso de la inversión del 22 al 27 %, con un volumen cada año entre 750 y 800 mil millones de euros, cercano a los 807 mil millones que prevé gastar el programa NGEU en total.
También es igual de lógico y desafortunado que el informe sea continuista. Y ello por mucho que presuma de radical, al alertarnos del declive y prevenirnos contra los riesgos inherentes a que, desde el sector público, se elijan sectores favoritos, o a que las políticas proteccionistas sean capturadas por intereses espurios. En el fondo, es continuista porque esa inversión estaría dirigida por Bruselas y los estados miembros, con una coordinación que el informe apenas se limita a suponer alcanzable. Semejante “abrelatas” —el amigo favorito de todo planificador— no le salva del continuismo.
Sucede igual cuando hace protagonista a un sector privado que actuaría, en realidad, como comparsa, empujado por supuestas reducciones en el coste de capital que, dado su carácter imaginario, el propio informe cree que habrían de lograrse mediante incentivos fiscales. Gran novedad. Parecida a lo que en la España de los años 1960 constituían los “circuitos privilegiados de financiación”, que llegaron a canalizar el 45 % del crédito. La nueva semántica no disimula la vetustez de la propuesta.
El informe contiene pues pocas novedades. Si adoptásemos sus propuestas, no hay garantía alguna de éxito. Por el contrario, sucedería lo mismo que con las dos grandes contribuciones previas de Draghi: serían saludados con entusiasmo por los miopes que sólo ven el corto plazo y los ineficientes que ansían que el Estado les proteja de la competencia. Todo para que al poco tiempo resulte dolorosamente obvio que, en realidad, esas políticas sólo han conseguido ahondar el pozo en el que estamos metidos.
En cuanto al método, por último, es lamentable que el informe no asuma los fracasos del pasado. Como el del reciente plan NGEU, de hace sólo cuatro años y cuyo coste el plan Draghi multiplicaría por cinco. El informe lo valora como un buen precedente… para emitir deuda conjunta a nivel europeo (deuda que, por cierto, empezaremos a devolver en 2028 a razón de 30 mil millones anuales). Pero apenas lo critica por algo más que por su complejidad burocrática y la falta de coordinación entre los estados miembros. La clave, antes de reincidir cinco veces, es que, amén de lo discutible de muchos de los gastos ligados al NGEU, muchos países ni siquiera han iniciado las reformas estructurales que quizá hubieran permitido aprovechar algunos de ellos. Y nada indica que las recomendaciones del plan Draghi tuvieran mejor suerte: ni los sectores y proyectos se elegirían bien ni es de esperar que fueran acometidas las reformas más dolorosas, o las que alteren la distribución del poder, como las desregulaciones o incluso las de centralización que utiliza como comodines coordinadores.
Por ese motivo, con base en la experiencia, en caso de abordar una política industrial de esta dimensión y con este grado de activismo (por contraposición a la dirigida a reducir impuestos y cargas regulatorias a todas las empresas), como mínimo, lo prudente sería invertir la secuencia de acciones, de modo que no empezásemos a gastar hasta que los estados no hubieran aplicado las reformas. La condicionalidad debería ser previa, no simultánea. Cierto que, por desgracia, ya ni esa secuencia invertida asegura nada, pues la condicionalidad habría de ser también efectiva y no hay ninguna garantía de que las instituciones actuales de Europa lo consigan. De hecho, tenemos en España pruebas sobradas de lo contrario, pues en los últimos años los políticos de la Comisión han desautorizado a sus técnicos para dar por buenas reformas decorativas, como la evaluación de políticas públicas; o reformas que incluso contrariaban las condiciones pactadas en el NGEU, como la contrarreforma laboral y la subida de las pensiones. Pero, al menos, señalaría cierta sinceridad en cuanto al propósito de enmienda.
También es lamentable que el informe preste escasa atención a qué países europeos han crecido más y cómo lo han logrado. En vez de aprender de la realidad, parece que los autores se creen capaces de entender el mundo desde sus torres de marfil, lo que los lleva a identificar tres áreas críticas para reactivar el crecimiento económico en Europa: innovación, descarbonización y seguridad. Las tres suscitan dudas sustanciales que dejaré para otra ocasión. Baste señalar hoy que, en el fondo, estamos ante una manifestación más de arcaico despotismo ilustrado, visible tanto en su génesis como en la debilidad de los mecanismos de control político que tendría esa exhaustiva planificación centralizada que con tanto entusiasmo defienden.
En resumen: algunos estarán tentados a considerar útil que Draghi haya hecho sonar la alarma del declive europeo. No lo será si, como es probable, sólo sirve para reincidir en los errores del pasado.