Basta ya de fútbol tribal
En puertas de la final de la Copa del Rey que acabó ganando el Athletic de Bilbao, Don Javier Clemente criticaba que el Real Madrid jugase con tantos extranjeros. Su crítica, arraigada en la tradición, no tiene cabida en el fútbol actual. Éste es fiel reflejo de un mundo que no reconoce razas ni fronteras.
Ciertamente, hay que felicitar al Athletic por su victoria en la Copa. Pero por poco más. No merece que lo felicitemos por su pretensión de adornar la rusticidad con toques británicos. Ni por no haber censurado nunca como es debido al terrorismo etarra, ni por haberse abstenido de homenajear a sus víctimas. Tampoco procede agradecerle que conforme su equipo con criterios étnicos y no biológicos, pues todo racismo es más cultural que genético, como bien sabe la alcaldesa de Ripoll.
Nuestro cerebro está diseñado para ver a los extraños con recelo. Es herencia de una era ancestral en la que supervivencia y reproducción dependían de la lealtad incondicional a la tribu. El racismo es un vestigio instintivo de aquellos tiempos, fruto de esa adaptación a un mundo que, por suerte, dejamos atrás hace miles de años. Un mundo en el que los humanos vivían en pequeñas bandas, en el que todos se conocían, eran semejantes y se integraban en clanes personalistas. Un mundo donde se discriminaba de forma sistemática a los extraños, a quienes se trataba a menudo como infrahumanos.
Lógico que prefiramos conformar nuestros equipos con parientes, vecinos y conocidos; pero tenemos el deber moral de reclutar y reeducar esa xenofobia instintiva para alcanzar una mejor adaptación al presente. Basta con aplicar la razón para forzarnos a incluir extraños en el equipo. En cuanto empezamos a competir a su lado en busca de un fin común, pronto pasamos a sentir a esos extraños como propios. En los últimos años, el propio Athletic ha aprendido a aplicar este mecanismo en la dimensión más epidérmica y visible, pero no muy importante, del racismo.
Los grandes equipos sí lo aplican en todas las dimensiones, pues hoy son crisoles de razas, culturas, nacionalidades y religiones. El Real Madrid alinea jugadores de toda condición étnica. Logra que se identifiquen con ellos y vibren emocionalmente al unísono sus 400 millones de seguidores repartidos por todo el mundo. Les administra así un antídoto contra la xenofobia. Es un antídoto modesto, pero eficaz a fuer de instintivo.
Por lo demás, el comentario del Señor Clemente llega en mal momento para nuestro fútbol, cuando, en otra muestra de corrupción, tolera el racismo selectivo, quizá para desactivar al jugador de mayor talento. Al reforzar los peores estereotipos de lo español, esa tolerancia provoca un grave deterioro de nuestra reputación internacional.
No es la única contradicción. Fíjese en la actitud de muchos aficionados. En la final de Copa, iban por el Athletic, pese a que gran parte de sus seguidores abuchearon el himno nacional, ese que su presidente, en un alarde característico, calificó como “himno previo”. Muchos de esos españoles saben que el vasquismo no sólo les explota sino que les desprecia. Pero es tal su añoranza por la aldea perdida que siguen empeñados en creer que lo que les llueve encima es sólo agua.
No es menor la incoherencia de los seguidores bilbaínos. Afirman que para ellos la Copa es su Champions League, quizá porque al ritmo previo no la volverían a ganar hasta 2064. Imagine que los seguidores del Madrid silbaran el himno de la Champions. Pues los del Athletic, que se pirran por ganar la Copa del Rey, hacen todo lo posible por desprestigiarla. Una lógica muy carpetovetónica, propia de perros del hortelano; pero con pedigrí.
También ilustra nuestro despiste nacional el que entre los corruptos del fútbol y la política hayan condenado a Brahim Díaz a jugar con Marruecos, pese a ser español y haberse criado en España. Con ello, no sólo desperdiciamos una oportunidad de favorecer la inclusión sino que, de hecho, favorecemos la exclusión. Marruecos, que sí valora la capacidad del fútbol para integrar grupos humanos, no ha perdido ni un minuto para utilizarlo con el fin de reforzar el aislamiento de su comunidad en España, empezando por cambiar el nombre deportivo del jugador.
El fútbol es un reflejo de la vida. Procuremos limpiarlo de tanta basura; y aprendamos a usarlo para domesticarnos, y no para dividir y exacerbar nuestros peores instintos.