Acierta Feijóo
The Objective, 4 de septiembre de 2022
Dice la prensa que “Feijóo organiza una convención para rearmar al PP, pero sin contenido ideológico”. Para sus críticos, Feijóo podría padecer el Principio de Peter y haber superado ya su “nivel de competencia”. En las organizaciones que aplican este principio, si alguien hace bien su trabajo, es probable que ascienda a un nivel jerárquico superior.
El criterio tiene sentido cuando ambos niveles requieren las mismas habilidades. Hace agua, en cambio, cuando el nivel superior requiere habilidades distintas. El buen vendedor tiene don de gentes pero, si odia el trabajo de oficina, será un mal Director Comercial. De un médico excelente tampoco sale un buen Gerente hospitalario, ni siquiera un buen Director Médico. Si una organización sólo aplica el Principio de Peter, acaba dirigida por incompetentes: todos sus directivos continúan ascendiendo hasta que no saben desempeñar su tarea y alcanzan su nivel de incompetencia.
Para sus críticos, Feijóo aplica el pragmatismo que le ha servido con éxito durante varias décadas. No se necesitan muchas ideas para gestionar Correos o el antiguo Insalud; o incluso una comunidad autónoma tan pacífica como la gallega, o la España anterior al 11-M. Pero arguyen que dirigir España hoy, en momentos de zozobra y ansiedad, requiere otras habilidades. Dicen que no basta con sentido común; que también hace falta algo de audacia; e ideas para saber, al menos, adónde y por dónde ir. Hay que elegir el rumbo y no sirve dejarse llevar por el piloto automático. Sospechan que éste ha sido programado en una dirección suicida.
Suena verosímil, pero hace tiempo que en España no rige el Principio de Peter sino el de Dilbert. No ascendemos a los más competentes, sino a los que nunca han sido competentes en nada, de modo que hacemos realidad aquello de que “el liderazgo es la forma que tiene la naturaleza de sacar a los imbéciles del flujo productivo”. La lógica de Dilbert es elemental: no vamos a privarnos de buenos cirujanos, programadores e ingenieros para desempeñar tareas de mera gestión. En éstas, mejor colocar a los inútiles que no valen para otra cosa. Claro que eso sólo sirve mientras se vive de las rentas de algún éxito pretérito. Cuando se acaban las rentas, hay que cambiar de rumbo, y en ese trance es mortal tener inútiles al timón.
Sucede así en política, a todos los niveles y en todos los partidos. Para comprobarlo, basta con mirar al actual Gobierno; pero las raíces son profundas, y el daño general. Lo grave es que, aunque lo niega, es eso lo que quiere el votante. Éste, en las encuestas, confiesa que, cuando vota y a diferencia de los países vecinos, presta poca atención a los conocimientos y la competencia profesional de sus líderes. Es el resultado también del tipo de partidos con el que nos hemos dotado, y de cómo esos partidos seleccionan y promueven a sus cuadros. Influyen asimismo las mil cargas que imponemos a quien osa entrar en política, de modo que ésta sólo es rentable para dos tipos de individuos: los buscavidas sin oficio ni beneficio y los funcionarios, que podemos dedicarnos a ella gratis.
En esas condiciones, seleccionar líderes mediante el Principio de Dilbert masajea nuestras emociones, pues siempre nos dirige la gente que nos gusta. Pero es un lujo que sólo podemos permitirnos en épocas de bonanza, cuando sobra el dinero. Cuando vienen mal dadas, la incompetencia acaba transformando las tormentas en tempestades, como hizo Felipe González al final de los 1980, ZP hace pocos años y Sánchez en los dos últimos. No debemos ir a la guerra con líderes elegidos para ir de fiesta.
Feijóo es idóneo para el momento crítico que vivimos porque no es fruto del Principio de Dilbert. Es una de las pocas anomalías que aún quedan en nuestra política. Observe que, si todos trabajasen en la empresa privada, él solo quizá cobrase más que la totalidad del actual Gobierno.
Dicen sus partidarios que por eso acierta. Que el votante no quiere un líder para virar y poner el país en un rumbo de crecimiento y prosperidad. Eso requeriría cambios dolorosos, y el votante se ha acostumbrado a la analgesia y el gratis total. Incluso mucho votante consciente de la crisis sólo quiere un administrador concursal que nos permita seguir trampeando. Ven en España a una de esas empresas zombis que entran y salen del concurso de acreedores cada pocos años, sobreviviendo de mala manera. Con el agravante de que, como en ellas, durante los concursos sólo apartamos al propietario (en esta “empresa” nuestra, el PSOE eterno) de los puestos visibles de mando, pero nunca del poder. Dicen que por eso acierta Feijóo. No hace falta debatir ideas para negociar un plan de pago con acreedores y desactivar por unos años el piloto automático.
Además, los votantes no son homogéneos, y semejante debate podría confundir a algunos y excitar a otros. Cierto que los inquietos tendrían dudas y, si alguien les explicara las cosas con claridad, apoyarían un cambio de rumbo, aunque más de uno prefiera virar sin enterarse. En todo caso, muchos otros, en vez de tolerar un feijóo amenazante, apostarían entonces por nombrar a un dilbert como administrador concursal. Y, con un dilbert al mando, acabaríamos cuatro años antes en Argentina; con un feijóo, posponemos el viaje.
Pero no seamos tan pesimistas. Quizá, cuando Feijóo contemple desde el puente el abismo en que nos hundimos, se yerga sobre su pasado y nos demuestre que sus críticos se equivocaban.